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Archivos Mensuales: enero 2022

Llevo meses haciéndome esta pregunta ¿por qué practico yoga?. Empecé a practicar yoga (asanas) en el año 2000, recuerdo que acompañé a mi mamá a una clase de yoga en un lugar donde enseñaban el método de la gran fraternidad universal, que es algo que ellos definen como gimnasia psicofísica, o sea, una serie de ejercicios articulares de calentamiento para después tomar una ducha de agua fría y regresar enseguida a practicar algunas posturas básicas de Hatha yoga y terminar con la relajación en savasana.

Entonces sólo practicaba porque buscaba la actividad física y al poco tiempo encontramos uno de los pocos espacios que había en la ciudad, donde enseñaban Hatha yoga, en el que enseguida me enganché en la práctica de asanas. Me gustaban las formas que lograba a nivel físico y también lo que sentía al final de la clase; esa paz que me dejaba un poco más tranquila y sin tanto revoloteo mental.

Al poco tiempo empecé a practicar en mi casa y por mi cuenta, lo hacía con videos que encontraba en internet (por aquel entonces no había YouTube -sí, suena a la prehistoria, pero existe la vida pre YouTube-), y fue cuando mi práctica de asanas se volvió algo indispensable para poder mantener un poco de paz dentro de mi caos mental. Por aquel entonces estaba en la universidad y todo el estrés que me generaba, lo liberaba practicando y practicando asanas. Lo hacía de 2 a 3 veces al día y recuerdo que aunque momentáneamente me ayudaba a estar tranquila, después llegaba el agobio de las mil cosas que tenía que entregar. 

De alguna forma sabía que teniendo actividad física, particularmente con el yoga, sentía mucha paz, pero no lograba mantenerla más tiempo. 

En fin, pasó el tiempo y yo seguí practicando todos los días. Terminé la escuela, empecé a trabajar y cuando tuve la oportunidad y también gracias a algunos mecenas, me animé a tomar mi primer certificación de yoga. Yo llegué sintiendo que era muy pro porque mi práctica entonces era muy intensa y lograba posturas “difíciles” muy fácilmente (¡ay!, qué maravilla tener 20 años). Así que llegué muy segura y aunque sí, mi práctica física era muy buena, no tenía ni idea de lo que me esperaba.

Para no hacer este post más largo, en cuanto empecé a aprender la teoría y toda la base filosófica que hay detrás y antes de las posturas, ¡todo cambió! 🤯.

Me di cuenta que practicaba mayormente en la superficie, pero que no terminaba de sentirme en paz porque no practicaba más que sólo asanas y creía que con lograr posturas complejas iba a alcanzar esa paz que tanto buscaba. Claro que ayuda, pero no es más que una pequeñísima parte del camino que te lleva a medio encontrar esa paz.

Practicar yoga se ha convertido para mi en una manera de ver la vida. Ahora estoy entrando a la década de los 40, mi cuerpo ya no es como era a los 20, principalmente porque cambió y porque ha pasado por un largo proceso post covid que me sigue recordando que el cuerpo es sólo un vehículo pero que no es el camino en sí, ni el fin de la práctica.

Veo una ansiedad desmedida de parte de muchos practicantes nuevos (y no han nuevos), por querer demostrar que las posturas más difíciles son las que te hacen más pro, justo como cuándo empezaba a practicar y mi práctica era más bien hueca. Entonces tampoco había redes sociales y creo que el yoga era un poco más “amigable” para todos, sin tanta pose y sin tantas pretensiones.

Recientemente platiqué con dos amigas distintas que viven fuera del país, ambas practicantes de yoga, ambas maestras de yoga y ambas se dedican a otra cosa que no tiene nada que ver con el yoga. Las dos me preguntaban cómo me iba con las clases y la presión de dar clase en México, donde al parecer (visto desde afuera), andamos desatados queriendo demostrar que pararse de manos mientras sostenemos un jugo verde con los pies, es yoga. 

La pandemia hizo que mucha gente se acercara al yoga (así como me pasó a mi en su momento), buscando paz dentro del caos, pero tomar clases al vapor y sólo por demostrar que nos vemos bien practicando, y ahora hasta por mostrar en nuestras redes lo bonitas y estéticas que nos salen las posturas más vistosas, no es yoga. 

Como practicante y maestra de yoga me impresiona ver que actualmente hay un nivel de desconexión muy fuerte entre lo que muestran los influencers del yoga en clases o festivales a través de sus redes, y lo que predica el yoga: la conexión de la mente y la energía aterrizadas al cuerpo. Me ha tocado ver chicas (y maestras) que entran a mi clase y literalmente se graban durante toda la clase (volteando todo el tiempo a verse) para después subir a redes su video con alguna frase como: “aquí y ahora” 🤦🏻‍♀️. No digo que no se deba mostrar, yo misma lo he hecho, pero el verdadero yoga no es sólo eso.

Desde mi experiencia y después de todos estos años, para mi el yoga es entender que hay mucho trabajo, muchas imperfecciones y mucho desorden que arreglar mientras habitas tu cuerpo físico. En pocas palabras, es darte cuenta de lo imperfecta que es la experiencia humana para que desde la compasión y el trabajo interno (que no tiene que ver con posturas y no es para nada poca cosa), puedas tocar un poquito la tan buscada paz. Y esto, tiene poquísimo que ver con pararte de manos y tomar jugo verde a diario.

Así que en respuesta a mi pregunta inicial, practico para que mi experiencia física sea más llevadera y para que todo eso que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes -como bien decía John Lennon-, sea más real. Para aceptar que mi cuerpo cambió, mi vida cambió y mi manera de pensar cambió. Para agradecer lo que fue y tengo que aprender a soltar, y sobre todo para que cuando venga la oscuridad aprenda que dentro de este cascarón físico, está la luz.

¿Prácticas conmigo?.