Durante muchos años viví peleada con la comida. Como la mayoría de los adolescentes, había crecido con una imagen bastante irreal de mi misma y llena de complejos. Tuve muchos trastornos alimenticios, vivía pendiente de mi peso, de mis medidas y eso, entre otras cosas, me llevó a una espiral de dolor, anorexia y bulimia que duró algunos años. En fin, que física, mental y energéticamente estaba fatal porque en algún momento se me metió a la cabeza la idea de que tenía que ser perfecta. Gravísimo error.
Mi problema venía de más adentro, había muchas cosas que quería mantener como estaban (le tenía pavor a los cambios) y que salían de mis manos, además de la imagen distorsionada que tenía de mi cuerpo, de estar en una constante pelea con él y de machacarlo en mi intento por alcanzar la perfección. Pero juzgar la superficie no sirve de nada, es sólo el reflejo de lo que guardamos dentro, y mi caso no era la excepción.
Probé dietas súper rigurosas, pasaba largos ayunos, y todo lo que comía era «light». Aunado a esto, un año antes había cambiado mi alimentación drásticamente para ser vegetariana, literalmente de un día para otro, así que traía arrastrando bastantes desequilibrios en mi vida. Me tomó muchos años y recaídas salir de esa situación, pero lo hice. Pero aún así seguía en esta lucha constante contra mi imagen y claro, con los años mi cuerpo me terminó pasando la factura de aquellas malas desiciones. No es que quiera traer cargando lo que sucedió en esos años, pero la gastritis crónica me recuerda la razón de estar compartiendo esto hoy aquí.
Toda esta historia representa un lado que viene a visitarme de vez en cuando, sobre todo cuando olvido saborear lo que como. Me limité mucho tiempo a comer para sobrevivir y me olvidaba de disfrutar. Confieso que ahora ni por error como algo «light», ese sabor se quedó en mi memoria gustativa y mi cuerpo lo rechaza inmediatamente, quizá porque no quiero traer una y otra vez esa etapa al presente porque ahora disfruto profundamente la comida, ¡toda!. Hace ya unos años que dejé de ser vegetariana y aunque la base de mi alimentación siempre son las verduras (porque me encantan), como de todo y cada vez más cosas que incluso de niña odiaba.
Aprendí a ir reconociendo los sabores, las texturas, las sensaciones, los olores, las formas…, en fin, que todos mis sentidos están presentes mientras como, por muy sencilla que sea la comida. A la par, fui reconociendo y sanando lo que causaba el vacío y la lucha contra mi cuerpo. Empecé a alimentarme mejor, a nutrir desde los sentidos la experiencia de comer, y pude reconocer que comer es un acto de pura devoción y amor a lo que somos. Con lo que comemos nutrimos la conciencia para vivir en el presente.
Parece algo obvio, pero no lo es. La realidad es que a veces tomamos la comida como un mero trámite, sin detenernos a saborear cada bocado, a ser curiosos con los sentidos y a honrar cada ingrediente. … A ver, ok, ok, eso de «honrar cada ingrediente» suena muy hippie, me explico.
Cuando la comida se desperdicia (por la razón que sea), literalmente estamos tirando a la basura un montón de energía que se necesitó para generar lo que estamos comiendo, ya sea carne, verdura, fruta, pasta, o lo que sea. Todo viene de la tierra, y para quienes tenemos o han tenido un huertito en casa, sabemos que para que un jitomate (o cualquier otra cosa) crezca se necesita muchísima energía por parte de la tierra, es casi como si corriera un maratón por cada jitomate que da. Y esto se vuelve una cadena larguísima que alimenta a los animales que nos comemos, lo que producen, etc., dando como resultado un enorme gasto de energía, y entonces terminamos comiendo por comer y tirando comida a la basura. A eso es justo a lo que me refiero cuando digo «honrar los ingredientes»; es respetar lo que nos alimenta, aprovechando todo el producto y de la mejor manera.
Y bueno, toda esta historia es para contarte que a través de lo que comemos le damos forma a lo que somos. Comer a tiempo y despacio cultiva nuestra disciplina y nos ubica en el lugar en el que estamos haciéndonos presentes. Actualmente, sentarnos a comer es casi un lujo porque vamos muy deprisa y nos atragantamos, no le damos tiempo al cuerpo y a los sentidos para observar y disfrutar, y eso siempre se refleja en la manera como vemos y vivimos las experiencias. Lo mismo cuando nos alimentamos con comida rápida o muy procesada.
Pensando que la comida y comer en sí, es un acto de amor puro hacia nosotros, ¿con qué quieres alimentar y nutrir tu cuerpo?. Me queda claro que no todos tienen la posibilidad de hacer tres comidas al día, o que por mucho que queramos «cuidarnos», el factor económico nos limita. Pero aún así es un tema de elección, incluso cuando tu comida no sea lo más apetitosa del mundo, puedes elegir saborear, encontrar texturas, sensaciones, olores, etc., que quizá fuiste olvidando.
Te propongo que la próxima vez que vayas a comer, te tomes tu tiempo; aleja el teléfono, ponlo en silencio y te siéntate a la mesa. Disfruta cada bocado y trata de ser más curios@ con los sentidos. Sin juzgar, busca sabores, mastica despacio y tómalo como un regalo hacia ti. Agradece la experiencia de poder darte esa pausa para sentarte y conectar con tus sentidos desde una de las formas más presentes que hay: comer.
Comer conscientemente reduce el estrés, y permite una digestión adecuada, aprovechando mucho más los nutrientes que contiene, y también es una manera de sentirte satisfecho desde el interior, bien dicen por ahí que «barriga llena, corazón contento».
Nos leemos pronto.