Vivir en un pueblo en medio del bosque tiene cosas encantadoras todos los días. Uno encuentra lo que en alguna parte de las ilusiones y dibujos de su niñez, se había perdido. 

Mi día a día es la versión real de aquellos dibujos que hacía cuando era niña mientras platicaba con mi conejo “colitas”. Aquí en una de tantas conversaciones que tuvimos:


Todo se vuelve arte, y yo me convierto en el espectador “observado” por todo aquello que en silencio me ve: los patos, las ranas, las liebres, los siervos, los zorros y hasta las gallinas. 

En el estanque del pueblo donde vivo hay un par de patos que vienen y van. Uno es café y el otro verde. Al pato café lo encuentro seguido nadando solo en el estanque, dando vueltas y limpiando sus plumas con su pico. Hasta que cerca de las 6 pm, el pato verde viene volando y grazna para avisarle al pato café que es hora de regresar a casa.

Ayer vi un enorme rebaño de ovejas con cuatro perros cuidándolas. Uno en cada esquina del rebaño. Todos en esa imagen estaban perfectamente sincronizados: perros, ovejas y pastores. Llevaban un ritmo perfecto, como una orquesta sinfónica tocando a Tchaikovsky.

Hoy por la mañana manejando camino al curso de alemán encontré dos zorros. A veces me gusta detener el auto a la orilla de la carretera sólo unos minutos para tomar fotos al lago que está a un lado del camino.


Ahí estaban, tomando agua y (supongo) de camino hacia su madriguera. Y otra vez los dibujos cobraron vida y el sonido del silencio con los pájaros de fondo me pareció aún más bello que Tchaikovsky y los más o menos 100 instrumentos de la orquesta tocando las melodías más bellas del mundo.

Hasta que de pronto me sentí observada. Me miraron, los miré, desaparecieron rápidamente entre los matorrales, y la sinfonía acabó. Sentí pena por invadir su espacio en mi afán de llenarme de los colores, las texturas y las sensaciones que busco desde que era niña.

Aún así mi corazón se sigue emocionando cada vez que ellos, sin querer, me devuelven un pedacito de mi niñez. ❤️

El año pasado el panorama fue muy duro para mi, perdí casi todas mis clases (que es de lo que vivo), me sentía muy sola, deprimida y aunque me agarraba de mi práctica, no era suficiente. Estaba muy triste, me dolía el cuerpo, sentía ansiedad, sólo quería dormir y comer. Subí 10 kilos y más allá de lo estético mi humor y mi cadera la estaban pasando muy mal. Por supuesto que no tenía nada de energía (normal con el remolino que traía en la cabeza), me aislé porque en ese punto la soberbia que se me fue formando había llegado a tal grado que no quería pedir ayuda y aunque había personas al rededor, me sentía muy sola. Cuando ya no pude contenerme más y después de semanas enteras llorando todos los días, lamentándome por todo lo que había hecho mal, me rompí y tuve una charla muy fuerte con mi mamá donde le decía que no me gustaba la persona en la que me estaba convirtiendo. Para ser honesta la odiaba. No podía verme al espejo sin decirme todas las cagadas que había hecho y que me habían llevado hasta ese momento. Andaba súper enojada y tóxica conmigo.

Tuve que decirlo, ponerle nombre y apellido para entender en qué parte del mapa estaba. A partir de ahí entendí que nadie me iba a dar la ayuda que estaba pidiendo si no empezaba por aceptar que la estaba pasando mal, que tenía que dejar de lamentarme y en cambio empezar a corregir todos los errores que fui escondiendo debajo de la cama vendiéndome la idea de que todo estaba bien, incluso que me conformara con que me dieran poquísima atención o que me racionaran el amor que me daban, porque yo lo justificaba con el pretexto de que yo era una mujer fuerte, moderna e independiente que no necesitaba una relación típica o a alguien que me sostuviera la mano cuando las cosas se pusieran feas.

Seguí llorando mucho mucho los siguientes días, pero ya no era un llanto de desesperación, sino de alivio, de haber encontrado la fuerza para poner límites y corregirlo todo, una cagada a la vez.

En este proceso tuve la fortuna de que un par de personas que son base en mi vida estuvieran muy cerca y me sostuvieran para ayudarme a levantarme otra vez: mi mamá (y mi familia detrás de ella) y mi mejor amigo. Definitivamente sin ellos no sé que sería de mi cuando me pierdo ❤️.

He tenido que pasar un tiempo sólo conmigo dándome mucho cariño y compasión, sin publicar nada ni compartir casi nada en mis redes (y no es que las utilice para contar mi vida, pero ayudan mucho a dar a conocer mi trabajo), así que voy levantando poco a poquito mi trabajo virtual otra vez.

Perdonarme fue lo primero que hice después de permitir que muchas cosas que en realidad no quería que pasaran, pasaron. Tomé muchas malas decisiones como todos lo hacemos, cuando lo hice no tenía tanta claridad y pensaba que era lo que más me convenía entonces, y si lo vemos como aprendizaje, pues sí, en todo caso gané porque pude abrir los ojos y darme cuenta de lo que no quería en mi vida. Descubrí que no había ninguna necesidad de cargar todo el tiempo con eso y lo empecé a soltar poquito a poquito hasta que mi bolsa de cagadas empezó a vaciarse -creo- por completo (todavía estoy en proceso pero ya me siento del otro lado 😮‍💨).

El otro día me desperté como cualquier otro día e hice todo el ritual de la mañana (lavarme los dientes, bañarme, etc.) y en una de esas pausas que uno toma durante el día, me miré al espejo y noté algo diferente: mis ojos brillaban como hace mucho no lo hacían. Seguí con el día y me di cuenta que en mis clases volvía a sonreír, no sólo con la boca sino con los ojos también. Me caché tarareando una canción mientras cocinaba y sonreí. Volví a escuchar música durante el día, volví a usar la bici para ir de un lado a otro, empecé a ir a nadar (el peso que gané entre la pandemia y la depresión empezó a desaparecer), y entonces todo empezó a encajar; las situaciones fluían, el ambiente se sentía ligero, mi cabeza no fluctuaba de una incomodidad a otra… no, no. Todo se sentía bien.

Me costó un poco cambiar la manera de hacer las cosas, o mejor dicho, encontrar lo que me motiva a hacerlas con el corazón, pero lo encontré 🙏🏼. He vuelto a confiar, a no tener miedo, a abrirme y encontrar almas buenas y bellas que aparecen cuando menos te lo esperas. Me he vuelto a dar la oportunidad de sentirme acompañanda y de volverme a ilusionar. Me siento feliz la mayor parte del día. Me emociona que llegue la mañana porque me despierto como si fuera una niña en día de reyes encontrando cosas lindas desde que abro los ojos 😃.

Poco a poco ha empezado a llegar más gente a mis clases y me dicen que les llena mucho lo que les comparto en ellas. En realidad no es que cambiara mucho la manera en que enseño, creo que mas bien volví a ver la luz que hay en mi y a enamorarme de su reflejo, y eso le pone corazón a todo lo que hago.

Es cierto eso que dice la canción: todo lo que necesitamos es amor. 

Llevo meses haciéndome esta pregunta ¿por qué practico yoga?. Empecé a practicar yoga (asanas) en el año 2000, recuerdo que acompañé a mi mamá a una clase de yoga en un lugar donde enseñaban el método de la gran fraternidad universal, que es algo que ellos definen como gimnasia psicofísica, o sea, una serie de ejercicios articulares de calentamiento para después tomar una ducha de agua fría y regresar enseguida a practicar algunas posturas básicas de Hatha yoga y terminar con la relajación en savasana.

Entonces sólo practicaba porque buscaba la actividad física y al poco tiempo encontramos uno de los pocos espacios que había en la ciudad, donde enseñaban Hatha yoga, en el que enseguida me enganché en la práctica de asanas. Me gustaban las formas que lograba a nivel físico y también lo que sentía al final de la clase; esa paz que me dejaba un poco más tranquila y sin tanto revoloteo mental.

Al poco tiempo empecé a practicar en mi casa y por mi cuenta, lo hacía con videos que encontraba en internet (por aquel entonces no había YouTube -sí, suena a la prehistoria, pero existe la vida pre YouTube-), y fue cuando mi práctica de asanas se volvió algo indispensable para poder mantener un poco de paz dentro de mi caos mental. Por aquel entonces estaba en la universidad y todo el estrés que me generaba, lo liberaba practicando y practicando asanas. Lo hacía de 2 a 3 veces al día y recuerdo que aunque momentáneamente me ayudaba a estar tranquila, después llegaba el agobio de las mil cosas que tenía que entregar. 

De alguna forma sabía que teniendo actividad física, particularmente con el yoga, sentía mucha paz, pero no lograba mantenerla más tiempo. 

En fin, pasó el tiempo y yo seguí practicando todos los días. Terminé la escuela, empecé a trabajar y cuando tuve la oportunidad y también gracias a algunos mecenas, me animé a tomar mi primer certificación de yoga. Yo llegué sintiendo que era muy pro porque mi práctica entonces era muy intensa y lograba posturas “difíciles” muy fácilmente (¡ay!, qué maravilla tener 20 años). Así que llegué muy segura y aunque sí, mi práctica física era muy buena, no tenía ni idea de lo que me esperaba.

Para no hacer este post más largo, en cuanto empecé a aprender la teoría y toda la base filosófica que hay detrás y antes de las posturas, ¡todo cambió! 🤯.

Me di cuenta que practicaba mayormente en la superficie, pero que no terminaba de sentirme en paz porque no practicaba más que sólo asanas y creía que con lograr posturas complejas iba a alcanzar esa paz que tanto buscaba. Claro que ayuda, pero no es más que una pequeñísima parte del camino que te lleva a medio encontrar esa paz.

Practicar yoga se ha convertido para mi en una manera de ver la vida. Ahora estoy entrando a la década de los 40, mi cuerpo ya no es como era a los 20, principalmente porque cambió y porque ha pasado por un largo proceso post covid que me sigue recordando que el cuerpo es sólo un vehículo pero que no es el camino en sí, ni el fin de la práctica.

Veo una ansiedad desmedida de parte de muchos practicantes nuevos (y no han nuevos), por querer demostrar que las posturas más difíciles son las que te hacen más pro, justo como cuándo empezaba a practicar y mi práctica era más bien hueca. Entonces tampoco había redes sociales y creo que el yoga era un poco más “amigable” para todos, sin tanta pose y sin tantas pretensiones.

Recientemente platiqué con dos amigas distintas que viven fuera del país, ambas practicantes de yoga, ambas maestras de yoga y ambas se dedican a otra cosa que no tiene nada que ver con el yoga. Las dos me preguntaban cómo me iba con las clases y la presión de dar clase en México, donde al parecer (visto desde afuera), andamos desatados queriendo demostrar que pararse de manos mientras sostenemos un jugo verde con los pies, es yoga. 

La pandemia hizo que mucha gente se acercara al yoga (así como me pasó a mi en su momento), buscando paz dentro del caos, pero tomar clases al vapor y sólo por demostrar que nos vemos bien practicando, y ahora hasta por mostrar en nuestras redes lo bonitas y estéticas que nos salen las posturas más vistosas, no es yoga. 

Como practicante y maestra de yoga me impresiona ver que actualmente hay un nivel de desconexión muy fuerte entre lo que muestran los influencers del yoga en clases o festivales a través de sus redes, y lo que predica el yoga: la conexión de la mente y la energía aterrizadas al cuerpo. Me ha tocado ver chicas (y maestras) que entran a mi clase y literalmente se graban durante toda la clase (volteando todo el tiempo a verse) para después subir a redes su video con alguna frase como: “aquí y ahora” 🤦🏻‍♀️. No digo que no se deba mostrar, yo misma lo he hecho, pero el verdadero yoga no es sólo eso.

Desde mi experiencia y después de todos estos años, para mi el yoga es entender que hay mucho trabajo, muchas imperfecciones y mucho desorden que arreglar mientras habitas tu cuerpo físico. En pocas palabras, es darte cuenta de lo imperfecta que es la experiencia humana para que desde la compasión y el trabajo interno (que no tiene que ver con posturas y no es para nada poca cosa), puedas tocar un poquito la tan buscada paz. Y esto, tiene poquísimo que ver con pararte de manos y tomar jugo verde a diario.

Así que en respuesta a mi pregunta inicial, practico para que mi experiencia física sea más llevadera y para que todo eso que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes -como bien decía John Lennon-, sea más real. Para aceptar que mi cuerpo cambió, mi vida cambió y mi manera de pensar cambió. Para agradecer lo que fue y tengo que aprender a soltar, y sobre todo para que cuando venga la oscuridad aprenda que dentro de este cascarón físico, está la luz.

¿Prácticas conmigo?.

Sin duda este año me ha obligado a soltar. Desde los primero días del año empezaron las despedidas sin previo aviso. Por su puesto que me tomó por sorpresa la muerte de una de las personas más importantes en mi vida y con la que había hecho las paces recién. A la fecha no entiendo por qué tenía que ser así, teníamos algunos planes y estábamos re-conociéndonos otra vez y con otros ojos; ambos mucho más transparentes y sin tantos líos como antes. Me costó entender el mensaje que había detrás, y cuando en mi cabeza ya estaba más o menos aprendida la lección, empezó la lección real. Podría decirse que esa sólo fue la introducción.

No voy a decir que ha sido un año malísimo porque hasta el momento me ha quitado muchas cosas pero también me ha dado grandes momentos. Digamos que la vida se me mostró sin maquillaje y hacía tiempo que necesitaba verla así.

A raíz de esa gran pérdida de inicios de año se fueron desatando un montón de cosas que siguen teniendo eco al día de hoy. Pienso en que los planes de Dios (o la vida) son perfectos porque si no hubiera pasado por ese profundo golpe de realidad lleno de dolor, quizá no hubiera despertado del letargo que venía cargando desde hace un tiempo.

En yoga hay una palabra que significa ignorancia (avidya), pero una vez que eliminas una letra significa sabiduría (vidya), y justo así es como definiría este año; cuando pasas de estar en un estado de profunda comodidad en donde no todo es como parece y de pronto se cae la venda de los ojos y puedes ver con claridad, quizá no de la forma que lo imaginabas, pero de forma real y verdadera.

Empecé a hacer cosas que no me atrevía a hacer sola, principalmente a eso, a estar sola después de muchísimos años de no estarlo. Volví a la escuela y estoy cursando un posgrado en diseño textil que no sólo me está enseñando montones de cosas que tenía muchas ganas de aprender, sino que me está curando y ayudando a cerrar ciclos que había dejado inconclusos hace mucho tiempo.

En medio de esta gran crisis emocional hubo una económica que no ayudó nada a que las cosas mejoraran. Me sentía muy fragmentada de por sí y empecé a dudar mucho de mis capacidades y de si éste era realmente mi camino. Muchas de las clases que daba empezaron a cancelarse y yo a quedarme sin dinero. La verdad es que de no ser por uno de mis mejores amigos (y de algunas de mis alumnas que no me soltaron la mano), no hubiera salido adelante, así que esta entrada también está llena de gratitud y amor infinito hacia él por «cacharme siempre que estoy cayendo» (guiño, guiño).

Ahora mismo escribo esto en medio de un micro caos de fin de semestre pero con mucha más calma en el corazón. He aprendido a ver este año como un gran maestro que me empujó a hacer las cosas que postergaba porque «no tenía tiempo», y me di cuenta que precisamente por eso es por lo que hay que hacer las cosas, por que no tenemos tiempo para perder.

Hoy lo tengo mucho más claro, nos cuesta mucho desprendernos de lo que conocemos porque a la vida venimos a unir, pero igual que el tejido de punto, para avanzar hay que aprender a soltar.

Aquí estoy, poniéndome al día con mi diario de gratitud en un domingo por la tarde mientras escucho en el fondo «Fly me to the moon«, mi canción favorita de Frank Sinatra (¿les he contado que los domingos por la tarde son mis días favoritos? -sí, particularmente por la tarde-). Pues, ¿qué más puedo pedir?, me encantaría que todos los días fueran así y sé que en algún punto en el futuro me voy a detener a leer esto y voy a extrañar estar aquí, justo donde estoy ahora mismo.

Bueno, toda esta introducción no estaba planeada, pero es un poco el sentimiento que traigo desde que empecé a plantearme el diario de gratitud. Con el paso de los años me he dado cuenta que para mí los momentos felices y plenos son estos; en los que no celebro nada en particular, pero volteo a ver mi día o me detengo a observar lo que esté haciendo en ese momento (puede ser incluso estar limpiando mi casa), miro a mi al rededor y me doy cuenta que soy feliz y sumamente afortunada.

En fin, el punto es que al día de hoy van 4 días de compartir mi diario de gratitud. La sensación al principio fue como de lanzar una botella al mar esperando a que alguien la recibiera y leyera el mensaje, y con mucha suerte que ese alguien la regresara al mar respondiendo mi mensaje, y con aún más suerte, que me llegara a mí, pudiera leerlo y así continuar buscando a la suerte en cada respuesta.

Debo de decir que ha sido bastante buena la retroalimentación y quiero pensar que del otro lado hay alguien más viendo un poquito más allá en lo cotidiano, rascándole el fondo a la realidad para verle el brillo detrás de lo oxidada que se pueda estar.

Confieso que me costó un poco determinar qué quería compartir y por qué, e independientemente de si a alguien podía interesarle o no, ¿cómo podía hacer que no pareciera cliché o repetitivo?. Pero decidí que precisamente eso que a veces toco con la conciencia cuando estoy haciendo limpieza en mi casa, o lavando los trastes, o regando las plantas, es lo que quería compartir: lo cotidiano, o sea, la belleza que hay en la rutina. Así que bajo este principio no fue tan difícil decidir lo que compartí.

El día 1 fue cosa de despertar y ver junto a mi una bolita de pelos moviendo su colita y buscando darme los buenos días con sus mordiditas (es la forma en que muy a su manera me dice que le caigo bien y que me quiere). Ese día me dediqué a agradecer el haberlo encontrado y que llene de felicidad y locura mi vida. Agradecí que su alma sea mi maestra y me enseñe a que, como a él, mi día favorito sea hoy.

Para el día 2 elegí agradecer mi cama, con perrito incluido. Fue un poco la continuación del primer día, pero a veces no nos enteramos de la abundancia en la que vivimos porque todo el tiempo está ahí y perdemos la capacidad de asombrarnos o simplemente de agradecer tener un lugar donde descansar, cerrar los ojos por la noche y realmente descansar sin temor a que nos suceda algo, o que alguien nos pueda hacer daño. Lo escribo ahora y lo juro que lo vuelvo a agradecer.

El día 3 lo dediqué a agradecer tener un lugar donde vivir. Más específicamente la posibilidad de tener un hogar. Retomando un poco la idea del día anterior, tener un hogar va más allá del espacio físico. Esto tiene que ver con un principio muy primario de protegernos del frío, la lluvia, y todos los peligros que hay afuera. Todos los seres vivos lo tenemos grabado en nuestro ADN, es un principio básico de supervivencia, pero este concepto de hogar tan sofisticado es exclusivo de los humanos, porque no sólo hemos podido mantenernos a salvo de nuestros depredadores, sino que el hogar constituye el lugar donde podemos vivir en armonía, en paz, y en estos últimos tiempos, donde podemos encontrar un verdadero refugio para el cuerpo y el alma. Creo que somos afortunados aquellos que podemos llamar hogar a nuestras casas. Ojalá toda la gente en el mundo pudiera sentirse en paz y segura en su casa.

Hoy, es mi día 4. Uno de mis pasatiempos favoritos desde hace algunos años es hornear pan. A veces me da por hacer otras cosas como bordar, pintar, coser, etc., pero en general cuando me da por hornear me clavo y durante una temporada larga lo hago. A lo que quiero llegar es que agradezco poder elegir qué comer y además cocinarlo (en este caso hornearlo). Poquísimas personas, de verdad muy pocos, podemos tener el lujo de comer todos los días y elegir qué queremos comer. Deseo con todo mi corazón que aquellos que no tienen esa opción puedan tenerla.

Este es el resumen de mis primeros cuatro días del diario de gratitud. Quiero ser más constante pero a veces el cuerpo no me deja (ya te contaré por qué en otra entrada, o en el podcast, que también quiero retomar). Así que mientras tanto seguiré manteniendo al día el diario de gratitud a través de las historias de Instagram y Facebook. Y por acá (ojalá, ojalá, ojalá) intentaré pasar a diario a contarte el por qué de lo que agradezco cada día.

Nos leemos muy pronto. ¡Ten una excelente semana!.

Estoy estrenando una nueva vuelta al sol y cada cumpleaños me llena de energía pura, pero este año la celebración es doblemente especial.

Ya son varios meses (otra vez) desde la última entrada en el blog. Desde entonces han pasado muchas cosas que me han hecho plantearme llevar un diario de gratitud. Una de las razones principales que me motivan a hacerlo es que hace unos meses me dio COVID y fue una de las experiencias más difíciles y complicadas por las que he pasado. No estoy segura que hubiera sido de mi sin el apoyo de muchísimas personas que me brindaron su mano desinteresadamente en el momento exacto en que necesitaba atención médica y sustento. Así que de alguna manera este es un pequeño homenaje a ellos y a todas las experiencias que me han traído hasta aquí.

Independientemente de esa experiencia, el agradecimiento nos acerca a nuestro estado natural de abundancia y plenitud. Mi intención con este diario es encontrar un motivo diario (o varios) para agradecer el presente y lo que representa estar en él. En pocas palabras, vivir con consciencia y plenitud desde lo que es. Así que para retomar el hábito de escribir en el blog y de paso compartir las cosas buenas de cada día, te invito a seguir este diario que por lo pronto llevaré por un mes completo (aunque me encantaría llevarlo por todo un año).

En el blog y en mis historias de Instagram y Facebook estaré compartiendo una imagen y un pequeño texto de algo que agradezca cada día. Eso me dará la posibilidad de retomar poco a poco la actividad en el blog y ¿por qué no?, motivarte a acompañarme en este diario de gratitud.

Espero que te unas a esta celebración de vida y que me compartas tu experiencia llevando tu propio diario de gratitud.

Que tengamos la sabiduría ver la belleza dentro del caos. Nos leemos mañana.

Este es un buen momento para retomar el blog y escribir algo que sale de muy muy adentro. Ya empezó otro año y ya pasó la mitad de enero. Después de haber estado muchos días durante el pasado diciembre conviviendo con mi familia (con una comunicación como hace mucho no tenía), me dió por escribir esto. Principalmente para no olvidar (y dudo mucho que lo vaya a hacer) el regalo que me dejaron estas fiestas: darme cuenta de la importancia que tiene mi familia en todos mis procesos actuales.

El prana, eso de lo que hablo mucho y que digo que va más allá del proceso físico de la respiración, en este momento es lo que he denominado como vitamina F: la Familia.

Estos días he tenido la suerte de estar con mi familia; la cercana y la lejana, y a pesar de que ha sido por una situación de esas que te obligan a verlos, la verdad es que lo necesitaba.

Cuando era más joven y sobre todo durante mi adolescencia refunfuñaba un poco sobre pasar tiempo con ellos. Como cualquier adolescente prefería más tiempo con mis amigos que con la familia, así que aunque no me molestaba del todo estar con ellos, lo hacía más porque tenía que hacerlo que porque quisiera hacerlo.

Lo bueno de los años y la distancia es que te hacen valorar todo lo que tenías y que parecía una aburrida rutina: ir en diciembre al mismo lugar todos en bola a visitar a las mismas personas y a los mismos sitios, convivir con la misma gente, platicar las mismas anécdotas una y otra vez…, y un montón de cosas que en su momento parecían aburridas, pero que con el tiempo me doy cuenta que eran verdaderos tesoros.

Quizá estoy envejeciendo y por eso me puedo dar el lujo de voltear a ver lo afortunada que fui, porque ir a esos paseos con esa gente hizo que tuviera un lugar al cual querer regresar, a cargarme de energía y a descansar.

Estos últimos días me han confirmado todo esto. Es cierto que veo a mi familia lejana sólo en funerales o fechas muy muy importantes, pero este fin de semana los he podido ver después de un tiempo y aunque el motivo por el que los vi era precisamente un funeral, me dió un subidón como pocas veces. Tuve la oportunidad de abrazarlos, escucharlos, reírme con ellos y seguir recordando lo afortunada que soy por tenerlos.

No puedo decir que mi familia es la más unida porque ya lo dije antes, sobretodo nos vemos en funerales y ya está, pero cuando nos vemos es como si nada ni nadie faltara, todo está completo, estamos ahí los que se fueron y los que quedamos, no hay tiempo, todo convive en un mismo espacio que es como era antes y como es ahora. Todo vuelve a brillar.

Quería escribir esto porque me siento cargada de energía. Ver a toda mi familia reunida aunque sea un ratito es oro puro. Es energía vital, es puro prana.

Así que oficialmente le doy la bienvenida (muchos días después) a este nuevo año y esta nueva década desde mis redes sociales, con la pila cargada de verdadera fuerza, de esa que no se consigue a través de WhatsApp o de Facebook, sino de la que es como el sol; algo que se mueve, está vivo y sobre todo me nutre un montón.

A toda mi familia: ¡los quiero!.

Hace unas semanas que no había escrito nada para el blog, entre el podcast (para el cual escribo mucho y a mano al momento de hacer los guiones), muchos proyectos que estoy preparando para el próximo año, y las clases -y mis clases-, he estado un poco desconectada de este espacio al que aunque no visito con la frecuencia que me gustaría, respeto y mimo mucho.

En esta ocasión te quiero compartir uno de los textos que surgió como consecuencia de un curso que tuve la oportunidad de tomar la semana pasada sobre cómo recuperarse del trauma a través de la práctica del diálogo compasivo basado en Mindfulness (si te quieres enterar de qué se trata, te dejo la liga del episodio de mi podcast de esta semana donde te platico eso).

Ando inspirada, la verdad es que eso de tomar pluma y papel para escribir me encanta, y agradezco que el podcast me obligue a hacerlo. Sin más preámbulo, te dejo mi texto inspirado también (y como consecuencia del curso del trauma) en una frase del conocido drag RuPaul y que desató un dialogo mental muy profundo conmigo misma, y que no tuve más opción que llevarlo al papel y compartirlo aquí.

dormirbugs

El término drag se refiere a vestirse o disfrazarse como mujer (“dress as a girl”), y se comenzó a usar durante la época de la reina Elizabeth I de Inglaterra (por ahí de mediados del siglo XVI), cuando las mujeres tenían prohibido actuar en obras de teatro, y se utilizaba el término para referirse a los actores que interpretaban los papeles femeninos.

RuPaul es uno de los drags más conocidos actualmente y autor de esta frase, que más allá de referirse sólo al movimiento drag como tal, tiene detrás una sabiduría mucho más profunda.

Venimos al mundo completamente desnudos; auténticos, libres, felices. Y a medida que vamos creciendo y como una manera de adaptarnos al medio en que lo hacemos, vamos adoptando disfraces que todos los días nos ponemos y nos quitamos según convenga.

A diferencia del término drag, en muchas ocasiones nos quedamos con el disfraz puesto por muchos años, interpretamos papeles que no nos gustan y llegamos a creer que esa es nuestra piel y que ese disfraz nos representa. El problema es que cuando es tan fuerte el personaje que representamos, en muchas ocasiones termina por comernos.

Cuando nos sentamos a meditar nos damos cuenta de nuestros disfraces y del miedo a estar desnudos. Pero cuando decidimos quitarnos los disfraces recordamos lo bueno que es sólo ser, sin maquillajes ni personajes a los cuales interpretar, ni encasillarnos en el “deber ser”, o en tratar de encajar para pertenecer.

El problema no es cubrimos, es ocultar nuestra piel. Diseñar una vida con base a lo que los demás (y en muchas ocasiones nosotros mismos -léase chaqueta mental-) esperan de nuestro personaje.

No digo que vivamos fuera de la realidad, los estereotipos funcionan para describir lo que vemos y clasificarlo de algún modo, para darle forma a las cosas. Mi propuesta es aprender la diferencia entre lo que somos y el personaje que nos hemos construido (que casi siempre nos hace sufrir porque nos tortura bastante para cubrir todo lo que necesita aparentar). Entender que no podemos vivir 24/7 ocultándonos bajo un disfraz y dejar de ser para complacer. Y lo más importante (y esto lo compartía en el podcast), mostrarnos vulnerables en nuestra propia piel para darnos cuenta de lo fuertes que somos al enfrentarnos a nuestros miedos, rechazos o dolores más profundos que habitan en lo profundo.

¿Nos desnudamos un poquito?, te dejo una liga donde puedes escuchar una meditación que grabé especialmente para acompañar este tema, que va muy de la mano con el tema del episodio de mi podcast de esta semana. ¡Espero que lo disfrutes!.

portadapodcast

Después de un largo silencio (no tan largo como en otras ocasiones) vuelvo a escribir en mi querido blog. Esta vez presentando un proyecto que me tenía bastante ocupada, no tanto por la complejidad, sino por la ilusión.

Al fin puedo anunciarlo porque ya es un hecho, ¡¡les presento mi podcast!!.

A principios de este año estuve dándole vueltas y vueltas a la idea de tener un podcast, en primer lugar porque el formato es algo que me encanta y porque según yo era más «fácil» compartir lo que pienso o la manera de ver ciertas cosas, incluso para hacer más accesible el contenido de mis redes. Y como siempre me llevé una gran sorpresa.

A nivel técnico tiene su puntito de complejidad, pero aunque no hay tanta tarea de maquillaje y escenografía como en un video, si hay bastante trabajo detrás, sobre todo con los guiones. Entonces, cada que escribía un guión saltaban montones de dudas, de miedos, de inseguridades, y un sin fin de historias mentales que no me dejaban ver que, sin querer, ya estaba dándole forma a lo que vería la luz por lo menos 9 meses después.

Así que después de pensarlo un montón, de repetir una y otra vez los guiones, de amar y después odiar mi piloto de primer episodio, al fin puedo presentar mi pequeño podcast.

Bajo el auspicio del equinoccio de otoño (mi estación favorita), le doy luz a este proyecto que ya es una realidad. No es perfecto para nada, principalmente porque parece ser que los ruidos me persiguen; ya sea los de mi edificio, mis vecinos, la calle, ¡los aviones!, mi perrito… pero es que me hace tanta ilusión, que después de haber sido uno de los factores más importantes para posponer el podcast, ahora me importa muy poco, es más, creo que lo vuelve más natural 😉

En este podcast quiero compartir mi manera de ver el concepto de «iluminación» que para mi también tiene que ver con la inspiración. Desde donde yo lo he visto, está en lo que hacemos a diario, en lo cotidiano, en lo que se vuelve ordinario, porque creo que ahí es donde más materia prima tenemos para darle ese «extra» y volver los días extraordinarios.

También quiero darle espacio a voces de personas e historias que me inspiran, que hacen de su vida común y corriente algo verdaderamente inspirador, con sus luces y sus muchas sombras, y porque no, quizá ese sea también un modo de seguir «iluminando» los días.

Así que espero que me acompañes en esta nueva aventura semanal, y que me prestes un ratito tus oídos para hacer algo que me encanta: contar historias y sentirnos más cerquita, como en casa.

Puedes encontrar mi podcast en iVoox, en iTunes y en Spotify. Búscame como: «el podcast de Ara Marz», o como «Ara Marz» y seguro me encuentras. Así que por favor, suscríbete (es totalmente gratis) para que no te pierdas ninguno de los episodios, califícalo, y ¡coméntalo!. Esto es muy importante para mi porque con tus comentarios, interacciones y descargas mi pequeño podcast tendrá mayor difusión.

Aquí te dejo la liga de mi primer episodio, es más una pequeña introducción, pero ahí te platico un poquito más a detalle de qué va mi podcast:

<a href=»https://mx.ivoox.com/es/episodio-01-sobre-postergar-vida-audios-mp3_rf_41833631_1.html» title=»Episodio 01. Sobre postergar la vida.»>Ir a descargar</a>

¡Nos escuchamos y nos leemos pronto!.

 

Al empezar una práctica de yoga (en particular de asanas o posturas) colocamos una intención para la práctica.

La intención es más un hecho que un buen deseo; es algo a través de lo que podemos aterrizar la práctica y ver todo lo que suceda mientras estamos en el tapete con esa perspectiva. Cuando la práctica es avanzada llevamos esa intención al resto del día, a la práctica real, donde suceden cosas similares a las que ocurren en el tapete: nos sentimos incómodos en ciertas posturas/situaciones, observamos qué tan flexibles somos física y mentalmente, logramos desapegarnos de los resultados de la práctica o nuestras circunstancias, o nos cuesta trabajo dejar ir las cosas, etc.

En la meditación pasa algo similar, aunque no hay un sankalpa (intención) como tal, enfocamos nuestra atención y energía a respirar, sentir, observar; y cuando llegan pensamientos que nos quieren llevar a otro lugar nosotros decidimos si vamos o no. Aprendemos a elegir de qué manera vivir la experiencia de la meditación en la vida real cuando dirigimos nuestra energía justo a lo que queremos dirigírsela.

La intención en la vida real (cuando tienes que despertar e ir al trabajo, estar en el tráfico, hacer las compras, pagar tus cuentas, y todo lo que implica tener una vida “normal”), no sólo nos ayuda a tener claridad para saber lo que necesitamos, también para entender que independientemente de lo que suceda la energía que le imprimimos al día es la que nosotros elegimos, y marca el camino de nuestras decisiones. Es tan fácil como decidir qué puedes hacer por tu cuerpo, vida, presente para que nutra tu experiencia. Quizá no tiene que ver con las actividades que realizas en tu trabajo, pero sí con cómo (con qué otras actividades) logras alcanzar tu intención.

Siempre siendo realista, puedes elegir tener una actividad que te haga vibrar y no tenga nada que ver con lo que haces en tu trabajo; puedes elegir alguna actividad de voluntariado, o llegar a casa y hornear, o pintar o bordar, o lo cualquier cosa que te acerque más a la intención que pongas en tu día a día.

Eventualmente te darás cuenta de cómo cambia el sabor de los días y de cómo la vida te da más de lo que le pidas.